Cuando eres pequeño y comienzas el camino infinito del aprendizaje se tiene la libertad de explorar y descubrir el mundo sin restricciones impuestas ni conscientes. Simplemente pintas, sin importar los colores o los espacios. A medida que creces, ese mundo que era inmenso e ilimitado comienza a quedar restringido por las líneas que marca la vida: instrucciones, normas, prejuicios, miedos, etc.
El mundo laboral de hace no muchos años atrás funcionaba de manera similar. La inspiración, la creatividad y la impronta natural podían desdibujarse con facilidad en entornos normalmente marcados por cubículos seteados a raya y jerarquías imborrables. Disruptivas teorías de liderazgo, la evolución de la tecnología y el ingreso de nuevas generaciones a las empresas fueron de a poco trazando esquemas de trabajo alternativos que ya no eran tan estrictos ni con significados unívocos. Ya no se trataba de blancos o negros, la gama de grises apareció para comenzar a ilustrar un cambio de época.
El nacimiento de esta nueva era se dio en un contexto en el que el mercado empezó a sentir una necesidad imperiosa de innovación constante. Y esto no fue casualidad. La verdadera innovación sucede cuando te atreves a pintar fuera de las líneas, es decir, a romper esquemas preestablecidos, formar equipos diversos o matizar las estructuras jerárquicas. Las culturas organizacionales más abiertas como las de Red Hat fueron las primeras en advertir que la diversidad naturalmente potenciaba la innovación. Hoy, más entornos organizacionales reconocen que cuánto más heterogéneas sean las visiones que se proponen para un determinado proyecto, más abarcativas y exitosas serán las soluciones.
Si bien la integración de distintas experiencias puede ser un factor de éxito dentro de una compañía, puede también presentarse como uno de los desafíos más recurrentes en términos de liderazgo abierto de talentos, especialmente cuando se habla de collage generacional. El ambiente laboral funciona de maneras misteriosas, con diferentes generaciones que conviven e interactúan en conjunto, casi como un retrato de lo que es la sociedad fuera de las oficinas. Toma como ejemplo el comedor de la empresa, en donde todas las generaciones convergen para disfrutar de un momento de distensión. Allí, cada persona comparte su mundo, con sus propias historias y anécdotas. Cada relato encuentra oídos activos dispuestos a escuchar, aprender, empatizar y descubrir que existen denominadores comunes a pesar de las aparentes diferencias.
Como un dibujo al que se intenta reproducir, las generaciones más jóvenes desde siempre han visto a los adultos como referentes sobre lo que quieren y lo que no quieren ser. El cambio más notorio de la última década es que ahora los adultos se muestran más dispuestos a aprender de los jóvenes. Quienes estaban más acostumbrados a responder a procesos estructurados y a jerarquías, ahora interactúan con los más jóvenes, no sólo en posiciones “inferiores” sino como pares.
El collage generacional en un entorno laboral es el que ayuda a encontrar un equilibrio entre la volatilidad de la juventud y la confianza de la experiencia. Los jóvenes marcan hoy el ritmo de lo que las empresas deben ofrecer para retener a los talentos, llenan de aire fresco y transmiten códigos más relajados a los mayores. Los empleados adultos, aquellos que ya han probado con trayectoria y resultados que están donde deben estar, son una fuerza imparable que guía y motiva. Los dos extremos del mundo empresarial son las dos caras de una misma moneda, en puntos distintos de la vida. Ambos eligen estar donde están y sacar el máximo beneficio uno del otro. Como en un dibujo en perspectiva, atrás quedaron las miradas prejuiciosas sobre los más chicos y el ego de los adultos para liberar un nuevo mundo de posibilidades.
Liderar equipos multigeneracionales implica priorizar el talento y desalentar los sesgos de edad y rango, así como otros preconceptos sobre las condiciones de las personas. Por supuesto que no todas las generaciones tienen las mismas características, los mismos impulsos o deseos, sin mencionar las personalidades. Entonces, ¿cómo se hace para pintar una escena laboral armoniosa ante tanta diversidad? La respuesta es una cultura abierta y colaborativa que prospere con base en la comunicación. Una cultura abierta marca la diferencia entre adaptarse e innovar o quedarse estancado en una estructura jerárquica y de sesgos que opaca las grandes ideas.
Todos tienen la posibilidad de seguir aprendiendo a lo largo de la vida, sin importar la edad o la posición. Habrá momentos en los que se necesite dibujar sobre un espacio delimitado y controlado, pero sabiendo que también se es flexible y capaz de deconstruir e improvisar más allá de las marcaciones. Siempre se ha dicho que un gran método de innovación es el resultado de pensar “fuera de la caja”.