El Banco Mundial proyecta que los precios internacionales de los productos básicos caerán a su nivel más bajo en seis años para 2026, lo que marcaría el fin del ciclo de auge impulsado por la recuperación postpandemia y la crisis geopolítica derivada de la invasión de Ucrania. Según el informe Commodity Markets Outlook, esta tendencia refleja un débil crecimiento económico global, una oferta abundante de petróleo y una menor demanda de energía, especialmente por el avance de tecnologías limpias.

Se prevé que los precios de los productos básicos disminuyan un 12% en 2025 y un 5% adicional en 2026. Aunque en términos nominales los precios seguirán siendo superiores a los niveles prepandemia, el ajuste por inflación los llevaría por debajo del promedio registrado entre 2015 y 2019. Esta caída, si bien contribuirá a moderar la inflación en el corto plazo, podría afectar gravemente a dos tercios de las economías en desarrollo que dependen de la exportación de estos bienes para sostener sus ingresos fiscales y su crecimiento.

La situación es especialmente preocupante para los países exportadores de energía, alimentos y metales, que han experimentado alta volatilidad de precios durante la década de 2020. El Banco Mundial advierte que esta inestabilidad puede erosionar la disciplina fiscal, desalentar la inversión privada y limitar el crecimiento económico. Para mitigar los efectos negativos, recomienda restaurar la sostenibilidad fiscal, promover un entorno propicio para los negocios y liberalizar el comercio.
En 2025, se espera que el precio del crudo Brent caiga a US$64 por barril y continúe bajando hasta US$60 en 2026, debido al aumento en la producción y a la menor demanda global. Asimismo, los precios del carbón y los alimentos mostrarán caídas sostenidas. Esta tendencia global se traduce en un alivio para los consumidores y ayuda a contener la inflación, pero también genera desafíos financieros y estructurales para muchas naciones emergentes.

El informe concluye que la alta volatilidad podría convertirse en la nueva normalidad, impulsada por tensiones geopolíticas, fenómenos climáticos extremos y cambios estructurales en la demanda global. En este contexto, las economías en desarrollo deberán adaptarse con reformas profundas para fortalecer su resiliencia fiscal, diversificar sus fuentes de ingreso y asegurar una mayor estabilidad en sus modelos económicos.