Ante el endurecimiento monetario y financiero a escala mundial, la consiguiente desaceleración del crecimiento mundial y la moderación de los precios de las materias primas, todo apunta a que el crecimiento se desacelere a 1.7 por ciento en 2023, o 0.3 puntos porcentuales menos que lo pronosticado en julio.
Los riesgos a la baja predominan sobre las perspectivas y obedecen a las condiciones financieras más restrictivas, una desaceleración mundial más pronunciada y el enquistamiento de la inflación.
Dado que la inflación aún no cede, y que la mayoría de las economías siguen operando a su nivel potencial o cerca de ese nivel, se debe evitar un relajamiento prematuro de la política monetaria, la cual ha de mantener su curso.
El apoyo fiscal desplegado para amortiguar el impacto en los más vulnerables debe ir acompañado de medidas compensatorias, cuando no exista espacio fiscal, pero en otros casos también debe respaldar los esfuerzos de las autoridades monetarias para controlar la inflación.
Para alcanzar estos objetivos también será necesario estimular el crecimiento a mediano plazo, para lo cual se ha de fomentar la productividad y la inversión pública y privada de buena calidad.
Las políticas deben centrarse en reforzar el capital humano, simplificar y modernizar la normativa laboral y eliminar las barreras al ingreso y salida de las empresas.