En la próxima década, 1,200 millones de jóvenes a nivel global alcanzarán la edad laboral, pero solo se generarán 420 millones de empleos, dejando a casi 800 millones sin oportunidades claras de prosperidad, según el Banco Mundial. Esta alarmante brecha laboral podría profundizar la desigualdad y aumentar la inestabilidad en los países en desarrollo.

Ante esta crisis inminente, el Banco Mundial ha priorizado la generación de empleo como un objetivo explícito en los proyectos a nivel global, en lugar de tratarlo como un beneficio secundario. En este contexto, el desarrollo urbano emerge como un pilar fundamental para fomentar el crecimiento económico y la creación de oportunidades laborales.
Las ciudades han sido históricamente motores de la economía, concentrando industrias, innovaciones y productividad. La transferencia de conocimientos, la centralización de la mano de obra y las economías de escala permiten un desarrollo más eficiente. Además, la reducción de costos de transporte y la especialización laboral generan condiciones propicias para la inversión y la competitividad.

Sin embargo, las urbes de los países en desarrollo enfrentan múltiples desafíos que limitan su potencial económico. La falta de infraestructura adecuada, los altos costos de la vivienda y el acceso deficiente a servicios básicos dificultan la expansión del empleo formal. A ello se suman redes de transporte público ineficientes, sistemas educativos débiles y restricciones en el acceso a financiamiento.
El impacto de estas deficiencias es evidente: en comparación con ciudades de países desarrollados, las metrópolis del sur global presentan tasas de homicidio cuatro veces mayores, demoras de entre un 19 % y un 30 % más en el tráfico, y niveles de contaminación hasta un 28 % superiores. Estas condiciones afectan la calidad de vida y desincentivan la inversión empresarial.

Para evitar una crisis de empleo masiva, es crucial que los gobiernos y organismos internacionales impulsen políticas urbanas que favorezcan el desarrollo sostenible. La inversión en infraestructura, educación y seguridad puede convertir a las ciudades en verdaderos motores de crecimiento, capaces de absorber la creciente demanda de trabajo y mejorar la calidad de vida de sus habitantes.
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